El problema más habitual de quienes se acercan a las prácticas del yoga y la meditación suele ser la fragilidad de los estados de calma y consciencia que se desarrollan durante las sesiones. Una vez acabada la sesión, estamos a una mala noticia o un rato de televisión de volver a ser atrapados por nuestras tendencias mentales, aversiones y apegos.
¿Por qué sucede que la estabilidad mental es sólo superficial, y se encuentra a merced de cualquier acontecimiento que aparezca? Esto se debe a que no hay un estado suficiente de atención abierta, y por ello la mente se identifica con cada suceso externo, y esto genera una respuesta emocional, que percibimos como incomodidad o tensión.
Podría decirse que el ser humano en nuestra sociedad vive en un estado de ausencia de atención permanente, en el que prevalece una inercia de pensamientos espontáneos, involuntarios y no dirigidos, que generan una larga serie de divagaciones en forma de desgastantes monólogos internos que consumen sus recursos de atención y su energía, teniendo además repercusiones muy serias en términos de un intenso estrés sobre la salud, tanto física como mental. La culminación de este estado es la pérdida de la consciencia del ser: el individuo no se da cuenta de que mientras vive, piensa y actúa, en primer lugar ES.
La evidencia de que esta enfermedad no radica en el cuerpo, sino en la mente, es cada día mayor. Si bien es en el cuerpo en donde suelen manifestarse los síntomas, su raíz está en los patrones mentales reactivos de apego-aversión y en las fluctuaciones caóticas de los pensamientos. Aquí se corre el riesgo de identificar al pensamiento como la raíz del problema, lo que es totalmente falso: el pensamiento es una función esencial en la vida del ser humano, y nuestra capacidad de evolucionar espiritualmente depende de nuestra capacidad de pensar con ecuanimidad y perspectiva. La verdadera raíz del problema es la relación que el individuo establece con sus pensamientos: la identificación y la reacción automática; una relación neurótica en la que el pensador acaba atrapado y arrastrado por el contenido de sus pensamientos, sin advertir que su verdadera identidad es independiente del fluir de los pensamientos, y que anclado en ella puede observar este fluir como quien observa las aguas de un río, sin dejarse arrastrar por ellas.
La mejor forma de liberarnos de este caos de pensamientos automáticos y de los diálogos internos es el desarrollo de la Consciencia Testigo, que es una actitud de aceptación y observación imparcial de emociones, pensamientos y sensaciones. Esta actitud nos permite a la vez tomar consciencia del carácter transitorio y fluido de estos eventos y del carácter permanente y espacioso nuestra consciencia y nuestro Ser. De este modo, somos capaces de observar el flujo de los acontecimientos internos y externos sin identificarnos con ellos. Esto no significa que alcancemos un estado de indiferencia hacia los acontecimientos, sino de experimentarlos de forma ecuánime; volviendo al ejemplo del río, no buscamos una piedra que nos eleve sobre las aguas, sino un remanso desde el cual poder experimentar su fluidez sin ser arrastrados.
Si conseguimos desarrollar la Consciencia Testigo, seremos capaces de eliminar los condicionamientos de nuestra mente, y podremos responder a los acontecimientos con ecuanimidad y sabiduría, desde el máximo de nuestro potencial con plena acción consciente, y habremos conseguido llevar la práctica de la meditación a la vida cotidiana, para transformarla en nuestro estilo de vida.
La gran pregunta entonces es ¿qué es lo que nos retiene? ¿a qué nos esperamos?
¡Anímate a continuar tu camino de crecimiento y evolución!